En los comienzos del adiestramiento del cornudo, había
momentos en los que el cerdo tenía atisbos de no querer acatar o asumir su
nuevo estado en esta vida, poniendo entonces infinidad de pegas y excusas. Por
descontado que en mi caso una vez probadas las excelencias que se me brindaban
no estaba dispuesta a renunciar a ellas y en volverme a convertir en una
mujercita fiel.
Para hacerle entender su nuevo estado, tenía que recurrir en
algunas ocasiones a métodos bastante expeditivos, que hacían recapacitar al
cabrón y darse cuenta entre lloriqueos de que no tenía otra alternativa que
asumir su condición sumisa, no me costaba demasiado conseguir esos efectos en
una persona de tan pocos cojones.
Una muestra de aquellos momentos de adiestramiento son estas
fotos en las que se aprecia bastante bien, las marcas del látigo y fusta sobre
el cuerpo del animal, como podéis ver en ellas se aprecia que el cerdo tenía
aún demasiado pelo, cosa que le daba un aspecto demasiado varonil para su
condición amariconada.
En breve os mostraré como comencé a depilarlo, dejando su
cuerpo más acorde con lo que es un puerco grasiento tal y como corresponde a mi
maridín.
No os negaré que por aquel entonces era yo quien provocaba con
comentarios y mandatos que el cabrón se revelase, dándome pie a utilizar el
látigo. Haceos cargo de que eran mis principios y disfrutaba muchísimo
golpeando y marcando al gorrino, aunque os parezca extraño hubo alguna ocasión
que hasta conseguí un orgasmo, a consecuencia de aquellas prácticas azotando y
escuchando gemir al marrano, los que hayáis experimentando esa sensación de
poder sobre un esclavo seguro que me entenderéis.