Paseamos un rato por el parque, custodiados por el perro Porky
unos pasos por detrás, hasta que subimos a una especie de espiral metálica que
está en la mitad del recinto vegetal y desde cuya cima se divisa una basta
extensión de todo el terreno circundante.
Cuando estuvimos arriba, como aún persistía una buena parte de
la calentura que momentos antes habíamos tenido, nos pusimos a morbosear de
nuevo y en el transcurso de esos juegos a mi me apeteció pajearlo con mis
pechos primero para algo después tomarle el rabo y comenzar a masturbarlo con
la mano mientras nos besábamos o me mamaba las tetas, consiguiendo endurecer
mis pezones, terminando por fin llenándome la mano de su caliente leche de
macho.