Hace ya bastantes años, cuando
nuestra vida marital, transcurría por cauces "normales", había veces
en que nos juntábamos con amigos y comentábamos anécdotas o hablábamos de
diferentes temas. Fue por aquel entonces, que en una de esas reuniones, salió a
colación el tema de la timidez o vergüenza, uno de los amigos de mi marido algo
gamberro, al que por cierto parecía que yo le gustaba, aunque tenía pareja,
empezó a comentar en tono de burla el enorme pudor que sentía Porky de
desnudarse delante de otras personas, este amigo había hecho la mili con mi esposo
y por ese motivo sabía de primera mano todo lo que relató. Comentó que mi
marido, mientras que todos los reclutas se duchaban tranquilamente, él se
escabullía siempre, esperando a que terminasen y las duchas quedasen vacías,
para en ese momento y de manera disimulada remojarse un poquito, eludiendo que
sus compañeros pudieran ver sus atributos masculinos.
Mientras contaba esos episodios,
el muy gamberro se reía a carcajadas, haciendo insinuaciones sobre el posible
tamaño del pene de Porky, que bastante avergonzado y con el rostro enrojecido,
aguantaba las bromas, que casi todos los presentes jaleaban divertidamente. Yo
también, al igual que mi cónyuge, lo pasaba mal, no porque me importase, sino
por las consecuencias que eso solía traer, ya que después, una vez solos, me
tocaba pagar sus enfados, aguantando malos modos y feas contestaciones.
A mi todo aquello que nos contó
Marcos, no me cogió de sorpresa, sobre todo porque ya había observado que
cuando Porky iba a hacer algún deporte que por entonces practicaba, siempre
venía a ducharse a casa, cuando todos los demás amigos lo hacían en el centro
deportivo, pero aunque yo no lo veía lógico, tampoco le decía nada para no
desatar su mal genio ni enfadarle.
Cuando en alguna ocasión tenía
que ir al médico para algún examen, lo pasaba realmente mal y no digo nada si
al llegar se encontraba con que la revisión debería hacérsela una doctora, se
ponía incluso enfermo de la vergüenza de tener que pasar por ese trance.
Todo esto que os he explicado, no
es para otra cosa, más que para que valoréis en su justa medida, el enorme
trabajo de anulación mental que he ido practicando sobre el cerebro del
cornudo, doblegando su voluntad y moldeando un espécimen obediente a mis
caprichos o deseos.
Cuando estoy en mi ciudad de
residencia, debido a motivos laborales o de familia, tengo que llevar mucho más
cuidado en la exposición exhibicionista de las condiciones de vida del cerdo
cornudo, y es por ese motivo que cuando voy de vacaciones o de visita a otro
lugar, no puedo dejar pasar de largo la ocasión y aprovecho la circunstancia
para degradarlo y mostrarlo como el imbécil astado que está hecho.
La humillación pública es
admitida por el ciervo con total resignación, pero al mismo tiempo con una enorme
dosis de vergüenza, me encanta rotular su porcina barriga de forma ultrajante,
con letras bien grandes y obligarle a dar largos paseos por la playa naturista
o llevarlo desnudo por la calle, siempre mostrando su ridícula colita, ante las
miradas curiosas unas veces o burlonas en otras muchas. Todo esta exhibición,
no hace sino rebajar la autoestima del cornudo a bajo mínimos, mientras el
proceso de deshumanización que tengo como meta, continúa madurando
inexorablemente en su estúpida sesera.
En las fotos que le saqué, lo
podéis ver sentado en un chiringuito, expuesto a la visión de todos los
clientes y en las otras imágenes, andando por la calle que lleva desde el
apartamento hasta el mar, en estas últimas, podéis apreciar, como el muy hijo
de la gran puta, se pone la toalla delante para tapar su ridícula virilidad, en
aquel momento, cuando las tomé, me encontraba más pendiente de las personas que
pasaban o de la pareja del banco que se burlaban del cornudo que de la pose que
tomaba el cabrón, me inquietaba un poco también la presencia de niños cerca, ya
que con ese tema suelo tener mucho cuidado.
Ya sé que quizás este tipo de
fotos no son de las que más os agraden, pero me gustaría que valoraseis el
esfuerzo de trabajo y adiestramiento que he ido llevando con el animal, a lo
largo de todo el proceso de transformación.
Por cierto y antes de que se me olvide, en
aquel entonces ya le administraba también hormonas femeninas, para intentar
completar un poco más la feminización que me planteaba llevar a cabo en el
grasiento humanoide, ya veis que tetas de cerda se le estaban desarrollando.