sábado, 19 de febrero de 2022

JUEGO DE AGUJAS


 

      Saludos para todos vosotros, mis viciosos amigos, en esta ocasión, me va a encantar mostraros el resultado de un nuevo "juego experimental" llevado a cabo por mis inexpertas manos y utilizando para tal fin, el cuerpo seboso de mi cobaya humana. Hace bastante tiempo que mientras miraba algunas páginas de sado por internet, me saltó en la pantalla del ordenador, una bastante interesante dedicada al bdsm duro, en ella se podía ver como una perra sumisa era esclavizada y le clavaban varias agujas en las tetas sin hacer caso de sus lamentaciones, a mí me encantó escuchar sus gemidos y gestos de dolor a pesar de la mordaza que llevaba puesta, os confieso que me impactó y desde entonces siempre me quedé con la idea de investigar en un campo tan perverso como aquel. Pasaron algunos años en los que muchas veces me venían a la memoria imágenes de aquella escena, pero invariablemente siempre me sentía frenada debido a mi total desconocimiento de saber cómo hacerlo sin causar daños irremediables, tanto en vasos sanguíneos como en nervios. Esa fue la causa que siempre me retuvo para experimentar en ese campo, aunque nunca descarté ni deseché la idea de conseguir adquirir más información al respecto y poder así atreverme a dar ese pasito que tanto deseaba.

 




     A veces las cosas suceden sin pensarlas y eso fue lo que sucedió en esta ocasión, probablemente incluso cuando más olvidado tenía el tema agujas/tetas. El destino es caprichoso y en esta ocasión no desmereció de su bien ganada fama. La semana pasada, cuando acudí al hospital para visitar a un familiar que habían ingresado dos días antes, me llevé una agradable sorpresa. Aún no llevaría diez minutos hablando con la enferma cuando entró un sanitario que me conminó a salir fuera de la habitación, debido a que tenía que hacerle alguna cura y cambiarle un vendaje, cuando terminó y pude entrar de nuevo, no pasó mucho tiempo en que me pude dar cuenta de que se había dejado olvidada una jeringuilla con su correspondiente y para mí, hipnótica aguja.




 

     Mientras hablaba con mi prima de cosas banales, mis ojos de forma casi inconsciente, pero al mismo tiempo persistente, se dirigían una y otra vez a la dichosa jeringa e inevitablemente aquella visión repercutía en que a mi perversa cabecita acudieran las imágenes de aquellas tetas carnosas cruelmente perforadas, y que tanto me habían excitado contemplar. Tomé la decisión de que debía sustraer aquella aguja, que por alguna extraña razón del destino se me había puesto al alcance. Para poder llevármela sin dar explicaciones procedí a meterme en el baño y coger un buen trozo de papel, salí y disimuladamente, mientras distraía la atención de la enferma para que mirara hacia el ventanal, envolví el punzante instrumento y lo metí rápidamente en mi bolso. Cuando di por terminada la visita, me despedí y salí a la calle con mi preciado trofeo, no tenía muy claro que es lo que podía hacer con aquel juguetito tan menudo e incisivo, pero en el camino de vuelta a casa, mi perversa imaginación no dejaba de trabajar e irremediablemente el recuerdo de las gordas tetas de mi cerdo Porky, resultaban toda una tentación.

 




     Como podréis imaginar y entender, resultaba obvio que el destino había puesto en mis manos aquella aguja de punta afilada para que pudiera satisfacer los impulsos experimentales de mi perversa curiosidad y mis enormes deseos de utilizarla, pudiendo comprobar interiormente que tipo de resultados placenteros a la par que sádicos pudieran generarme. Tenía una necesidad apremiante por llevar a cabo el experimento y pretendía no demorar en exceso el día del ensayo.

 




    Y llegó el esperado momento. Hace dos días de forma suave y casi insinuante, ordené a mi cobaya atocinada que viniera a la habitación y se preparara, porque me apetecía divertirme un rato con él. Os confieso que me resultó difícil contenerme y disimular mi excitación ya que me encontraba muy nerviosa por realizar algo no exento de peligro y que nunca había hecho. Esa misma novedad era la causante de que los niveles de adrenalina se dispararan en mi interior alterando mi estado normal, y aunque era consciente de los posibles riesgos que podría correr el puerco durante el experimento, no podía dejar escapar la ansiada oportunidad de utilizar la punzante agujita. No tenía que haber duda alguna ni vuelta atrás, así que con total determinación decidí qué aunque todavía no tenía la suficiente información al respecto, teniendo a mi entera merced a esa especie de rata de laboratorio que todos conocéis, tampoco tendría demasiada importancia si al atravesarle los pezones mi ensayo saliera mal y Porky acabara dañado. Al fin y al cabo, las ratas de laboratorio, están para eso.

 




     El experimento lo realicé en un dormitorio fácilmente identificable para cualquiera que haya estado en él y es debido a ese motivo, la cercanía con que tomé las fotos, así como la grabación, tratando de ocultar objetos o muebles que pudieran ser reconocidos. Le di la orden al cerdo de desnudarse totalmente, salvo su collar de mascota y un antifaz negro que tapaba su visión. Le mandé tumbarse sobre la cama y cuando lo tuve colocado en la mejor posición para mis intereses, anudé las manos bien sujetas al cabecero de la cama y procedí a sacar la jeringa del cajón de la mesilla para de inmediato comenzar con mi juego sádicamente perverso. 

 




     Acerqué la punta de la aguja a la sebosa carne porcina que quedaba justo encima del pezón y sin hacer ninguna presión para no perder el efecto sorpresa, continué hablándole al cerdo mimosamente, intentando desviar su atención sobre lo que iba a pasarle. Centré la mirada en el puntiagudo acero, recreándome y saboreando el inminente momento que no tardó en llegar. Inhalé aire por la nariz y sin mediar palabra, impulsé la jeringa hacia delante observando con satisfacción como la aguja penetró fácilmente en la tetilla del animal, lo hizo casi hasta la mitad y sin apenas oposición, conforme iba abriéndose paso me pareció sentir el suave sonido que producían los tejidos al ser desgarrados por la puntiaguda aguja. La cobaya con la cara desencajada soltó un grito de dolor que me pilló por sorpresa, pero sin darle tiempo a reponerse empujé de nuevo la jeringa bruscamente y el incisivo acero terminó de traspasar la carne porcina, abriéndose paso por el interior del pecho y terminando por aparecer por el otro lado sin problema alguno, mientras que el tocino no paraba de lamentarse exhalando fuertes gruñidos de dolor. Me excité mucho y me recreé un buen rato contemplando la teta del animal atravesada de parte a parte como si de un pincho moruno se tratara, además la respiración agitada de la bestia conseguía que la aguja tuviera vida propia moviéndose en una danza macabra al compás que marcaban las sucesivas elevaciones y bajadas del agitado pecho. Me calentaba con todo aquello, hasta que se me cortó el morboso momento y me enfadé bastante al descubrir que el muy marrano se había meado de miedo mojando las sábanas.

 



 

 



     Dejé a Porky en aquella posición durante un tiempo, mientras yo me tomaba un cafecito en el salón y permitía que el desgraciado se fuera calmando. Cuando lo consideré oportuno me acerqué de nuevo a la habitación sin hacer ruido y comprobé qué aunque le salía un hilillo de sangre, la respiración agitada se había ido diluyendo y estaba mucho más tranquilo. Estuve observándolo unos instantes en silencio, pensando en liberarlo y retirar el incisivo pincho, pero contemplando aquellos tiernos pezones enrojecidos, no pude evitar el sentir de nuevo unas tremendas ganas maquiavélicas de seguir experimentando con ellos. Rompí mi silencio, preguntándole lo que sentía. Al notar mi presencia, su pecho empezó a convulsionarse de nuevo, denotando todo el miedo que mi tono de voz le causaba. Me contestó que sentía algo de dolor, pero menos que al principio y me preguntó sumisamente, que era lo que yo le había hecho para causarle tanto daño, no le contesté, cogí la aguja y di un fuerte tirón extrayéndola de golpe, mientras que el puto cobarde exhalaba otro molesto grito. Ignorando sus quejidos, apliqué alcohol en donde había sido pinchado y también en los dos pezones para desinfectarlos, luego le hice levantar el culo sin soltarle las ataduras y como mejor pude, cambié la sábana que ya desprendía un cierto olor a orín, luego me senté en una silla frente a sus pies observándolo y al mismo tiempo dejándolo reposar durante unos breves minutos.


 

     Mientras miraba como la agitación del pecho atocinado se iba calmando, no podía evitar excitarme imaginando que sensaciones placenteras podrían transmitirse a mi coño si le atravesara el pezón de lado a lado, y claro, ya entenderéis que esa pregunta que bullía en mi cerebro no debería quedarse sin respuesta, sobre todo al tener semejante masa sebosa a mi entera disposición. Aunque yo sabía perfectamente, que herir la zona del pezón podría ser mucho más peligroso para la integridad de la cerda, mi vena sádica y de rencor hacia el hijo de puta exmachista, me empujaba a no parar y llegar hasta el final de mi perverso experimento.

 




     Pausadamente me levanté del asiento que ocupaba y me acerqué al costado del gorrino, al hacerlo casi babeaba de excitación recreándome en lo que estaba a punto de llevar a cabo. Con suave parsimonia acaricié con mis uñas el pubis del cerdo, para seguidamente ir subiendo poquito a poco por la sebosa tripa del animal, en un zig-zag maquiavélico, hasta llegar a posarme sobre la tetilla izquierda, en una estudiada caricia erótica y maligna al mismo tiempo, los gemiditos y la piel erizada de la cobaya humana denotaban todo el placer que estaba sintiendo, no así su pollita, que seguía totalmente muerta y arrugada como siempre. Llegado a ese momento de confusión del espécimen, tomé el erecto botoncito de carne haciendo pinza con mis dedos y tiré bruscamente hacia arriba elevándolo de un estirón, al mismo tiempo que con la otra mano apliqué la punta de la aguja pegada a la carne y empujé con la fuerza que creí necesaria para traspasar el pezón de lado a lado. Para mi sorpresa en aquel primer intento, el afilado pincho no pudo atravesar ni la primera capa de piel dejándome asombrada de la dureza epidérmica de aquella zona. La desgraciada maricona al sentir el pinchazo dio un fuerte grito al que yo reaccioné dándole una sonora bofetada y poniéndole una mordaza que enmudeciera su asqueroso hocico. Con su cobardía exhalando gruñidos y haciendo aspavientos, me estaba poniendo nerviosa y estaba consiguiendo cabrearme.

 




     Una vez amordazada la bestia, proseguí con el divertido y al mismo tiempo maquiavélico experimento. Volví a hacer una fuerte presa en el pezón estirándolo al máximo y sin prestar demasiada atención del lugar donde iba a pinchar, coloqué la puntiaguda punta pegada a la carne y empujé más fuertemente, consiguiendo que en aquella segunda intentona sí que rompiera y penetrara la dura epidermis del pezón, pudiendo apreciar en el tacto de mis dedos como al traspasar aquella primera barrera del cuero porcino, toda resistencia dentro de la esponjosa tetilla ya fuera mucho menor y el afilado acero pudiera avanzar lenta e inexorablemente, desgarrando a su paso los tejidos interiores de la abultada mama, hasta que al llegar al otro lado noté de nuevo la misma resistencia de la dermis, al mismo tiempo que veía como la aguja empujada por mis dedos pugnaba por salir a la luz. Me entretuve mirando como se marcaba la punta del acero empujando la piel hacia fuera, mientras que el cuerpo del puerco no paraba de agitarse convulsivamente. Tenía la vagina húmeda por toda la excitación que me provocaba el contemplar aquellos estertores que daba la bestia intentando liberarse, el muy estúpido movía las piernas a un lado y a otro pataleando agitadamente, como si aquello le fuera a servir para poder escapar de mis garras. Los desenfrenados movimientos del puto tarado, terminaron resultándome excesivamente molestos y dificultando mi perversa "investigación", así que sin dudarlo y con extrema brusquedad me senté sobre sus extremidades inferiores dejándolo totalmente inmovilizado. Teniéndolo tan indefenso y a mi merced, continué jugando con su pezón de la siguiente forma: extraía aproximadamente como un centímetro de la aguja, esperaba unos segundos y la volvía a clavar horadando nuevos caminos en el interior del seboso pecho, repetí esa operación varias veces, hasta que en una de esas ocasiones apliqué más fuerza y lo atravesé de lado a lado sin la mínima compasión, Porky como buen cerdo, estaba bañado en sudor y movía la cabeza como un loco. Os podrá parecer raro, pero en ningún momento sentí la mínima pena y mucho menos compasión, es más, el verlo sufrir y esforzarse por escapar no solo me producía risa, también mucho placer y excitación, incluso hubo un momento en que pensé que como a la niña del exorcista, el muy subnormal iba a terminar por girar la cabeza 360º.




 

     La improvisada cobaya humana no paraba de mover las piernas atrapadas por mi peso y esa serie de movimientos trémulos que hacía el puto inútil, unido al placer que me producía la realización del experimento, estaba consiguiendo ponerme tremendamente cachonda. Era inevitable que todo ese cúmulo de sensaciones calientes no pudiera tener otro fin que aquel que mi mente perversa decidiera, para conseguir proporcionarme un buenísimo orgasmo. Descabalgué del animal y con sendas cuerdas até los pies del esclavo a las patas de la cama dejándolo en cruz y totalmente indefenso, me despojé rápidamente de mi mojada braguita y me volví a sentar encima de una de sus piernas con mi coñito bien pegado a ella. En esa posición comencé a mover la aguja provocándole fuerte dolor, para que así los movimientos de su pierna se tornaran más intensos y los roces con mi caliente rajita lo fueran igualmente, de esa manera pude extraer el máximo gusto posible, mientras montaba y humedecía mi cabalgadura, mientras mi otra mano no paraba de trabajar frotando mi endurecido clítoris en rápidos movimientos giratorios. Trataba de correrme sin pensar en nada más que en mi placer hasta conseguir que inevitablemente llegara la tan deseada bestial y húmeda corrida. Llegó un momento en que el muy subnormal aplacó los movimientos de la pierna, me imaginé que sería porque el pezón a base de dolor se le habría ido insensibilizando. Me cabreó mucho que eso sucediera, porque estaba casi a punto de alcanzar mi ansiado orgasmo. No me lo pensé dos veces, saqué la aguja de la tetilla y sin mediar palabra, atravesé bruscamente el otro pezón de lado a lado, esta vez los estertores del cerdo fueron mucho más fuertes y yo toda sudorosa y vibrando de placer conseguí finalmente correrme sobre él. Totalmente exhausta me abandoné y me dejé caer sobre la blanda panza del gorrino, hasta llegar a normalizar mi agitada respiración. Mientras me iba recuperando, la humedad de mi chochito resbalaba mansamente por la pierna porcina dejándola viscosa y terminando por finalizar mojando las sábanas. En esos momentos de calma plácida, podía sentir como a mi acalorada mejilla llegaban en acompasada sinfonía los latidos desbocados del corazón del puerco.

 




     Las sensaciones que experimenté en la tortuosa sesión me resultaron muy positivas y excitantes, aunque hubo momentos en los que me defraudó y desagradó sentir los gruñidos o aspavientos desesperados del cornudo cabrón, así que para que no se le olvidara lo que yo quiero obtener de él en todo momento, me vi "forzada" a darle un buen correctivo, cuyo resultado podéis ver en el pequeño vídeo que incluyo en el reportaje. Siento que por el motivo de preservar el anonimato (como ya os he contado anteriormente), no haber podido mostrar toda la grabación de la dureza del castigo o apaleamiento del medio hombre. No obstante, para todos mis amigos de mente perversa que tengáis interés en ver un castigo similar, quiero deciros que no desesperéis, ya que no tardando demasiado podréis divertiros e incluso excitaros con la visión de alguna otra buena paliza sobre el puto animal y cuando se la administre, os aseguro que será de una forma bastante más dura. Mi objetivo es ir subiendo el nivel, hasta destruir cualquier atisbo de resistencia de la maricona sissy que me ha tocado soportar como "marido". 

 



    Aunque sabía de antemano que iba a disfrutar experimentando esa nueva modalidad de tortura, no me podía ni imaginar hasta que punto y ni me había pasado por la imaginación qué al llevarla a cabo, desencadenara en mi interior un orgasmo de tan alta intensidad. RESULTÓ PERVERSO y MARAVILLOSO al mismo tiempo. La pena fue que solamente pude disponer de una aguja para realizar la prueba, pero a las dos horas de terminar la sesión, me puse a buscar por internet hasta que di con unas muy parecidas y hoy mismo acabo de hacer un pedido de dos lotes de ellas, con dos larguras y grosores distintos, para poder seguir con mis investigaciones sobre la cantidad de dolor que puede aguantar un cerdo sin perder el conocimiento. Ya os iré contando, siempre que vea interés por vuestra parte y lo que hoy os he narrado no os haya parecido demasiado fuerte o inapropiado.

 


 


    Para romper la monotonía de tanta foto porcina y constatando que muchos de vosotros disfrutáis bastante más viéndome a mí, os incluyo intercaladas, algunas imágenes de otra sesión que le di al puto y desgraciado esclavo Porky. Sobre estas últimas instantáneas poco hay que decir, salvo que son el fruto de la doma y adiestramiento que la puta sissy debe recibir regularmente, para ir manteniendo y acrecentando el status social de esclavo que ostenta, aplicando para ello la máxima sumisión, doma y dureza que le corresponde como animal de ínfima categoría.