TERMINA EL CASTIGO
Después de relajarme y hacer acopio de
nuevas energías, decidí continuar con el castigo del anormal sujeto que tengo
por marido. La verdad es que tampoco hay demasiados detalles que contar al
respecto. Las grabaciones y el sufrimiento del puerco lo dicen todo, en este
caso, es obvio aquello de "una imagen vale más que mil palabras".
Sí que me gustaría hacer hincapié, en algo
que estoy segura de que no se aprecia en el vídeo, me refiero a los diferentes
instrumentos de tortura que empleé para marcar las sebosas carnes del gorrino.
Puedo decir al respecto, que alguno de los látigos que parecen más contundentes
por ser más sonoros, en definitiva, no lo son tanto, ya que, por si alguno no
lo sabe, el sonido fuerte no es sinónimo de más dolor. Por ejemplo: de los que
podéis ver en la grabación, el negro de las bolitas en las puntas, resulta
extremadamente doloroso y además produce fuertes morados en los sumisos que
tienen la desgracia de ser golpeados con él. Otro que también puede parecer
suave, es el de color rojo, con hirientes y trenzadas cerdas; hace muy poquito
ruido, pero las caricias que infringe pueden abrir la piel y hacerla sangrar
sin que sea necesaria demasiada fuerza para conseguir ese resultado. Están
también los látigos finos tanto el largo como el corto, ambos me fascinan y son
ideales para lacerar las atocinadas carnes del capón y producirle rojas llagas
a la par que un fuerte sufrimiento. Otro instrumento a tener en cuenta es la
rueda de pinchos cortadora, se trata de un artilugio que a mí me encanta y por
ese motivo tengo más de una, si se aplica con una cierta presión contra la
piel, los pinchos penetran en la epidermis del cerdo, haciéndolo sangrar y
dejando un espectacular rastro de puntos sanguinolentos preciosos. Sí que es
cierto, que en esta ocasión no quise marcarlo excesivamente con ese delicioso
aparato, debido principalmente a que en pocos días tenía que llevarlo al
"veterinario" para un reconocimiento y como ya entenderéis hay marcas
que son difícilmente explicables. No me gustaría que me denunciaran por
maltrato animal.
La sesión del correctivo terminó de la
forma que podéis ver. Lo dejé encadenado toda la noche, en la misma posición
que había asumido durante el castigo perpetrado, -tampoco era una posición tan
incómoda- aunque claro, 13 horas sin poder moverse le causaron un fuerte
anquilosamiento muscular.
Deseosa de aliviar la desazón
calenturienta que el suplicio del animal me había causado, decidí retirarme a
la cocina con el fin de cenar algo rápido y reconstituyente, aunque realmente
mi urgencia era más de sexo que de hambre. Una vez que metí algo de alimento en
mi estómago, (sin preocuparme en absoluto el estado del borrego), decidí
dirigirme a mi cuarto acompañada de un hermoso vibrador negro de buen tamaño.
Necesitaba algo grueso dentro de mi gruta y aquel pene oscuro de marcadas
protuberancias venosas, resultaba el complemento adecuado para follarme y masturbarme
el coño hasta conseguir el tan deseado orgasmo. Cuando me quité el leggings
comprobé que llevaba la entrepierna totalmente empapada de los flujos que mi
vagina había ido destilando durante la sesión. Normalmente me sucede, que
cuando uso esas mallas tan ceñidas no me gusta ponerme braguita, me encanta que
se me marquen los labios del chocho y los mofletes del culo, pero claro, eso
tiene el inconveniente, de que cuando me pongo calentorra, tal y como me
sucedió azotando y escuchando los lamentos del desgraciado animal, dejo la
prenda tan mojada, que si estoy en compañía de algún tío, sin poderlo evitar,
quedo en evidencia mostrándome como una zorra guarra y salida.
Como os he contado, subí a mi habitación,
y desnudándome totalmente me tumbé en la cama bien abierta de piernas, comencé
entonces a tocarme el coñito que estaba mojadísimo, disfrutaba metiéndome los
dedos para acto seguido llevarlos a mi boca degustando ese rico sabor que la
fuerte excitación hace brotar de mi sexo, me retorcía de placer, hasta que no
tardando mucho tiempo, comencé a penetrarme con aquel grueso pene de látex
negro, metiéndolo y sacándolo con fuerza mientras con la otra mano me sobaba
los duros pezones. Con toda la calentura que llevaba contenida, no tardé mucho
en tener un fuerte y convulso mostrando orgasmo que me dejó exhausta y rendida.
Quedé despatarrada encima de la cama,
exhibiendo mi húmeda rajita. Después del fuerte clímax que había tenido, me
sentí muy relajada y aliviada, pero esa fue la causa de que sin darme apenas
cuenta un dulce sopor se apoderara de mí, dejándome sumida en un delicioso
sueño reparador.
Habrían pasado unas 3 horas, cuando el
frescor de la noche me sacó de mi agradable ensoñamiento; me incorporé
somnolienta y sin hacer ruido bajé a ver como seguía el borrego, me asomé desde
la puerta sin encender la luz y lo escuché lloriquear y gemir ahogadamente;
también pude percibir a través de la mínima claridad de la luna que se filtraba
por las rendijas de la persiana, que seguía encadenado en la misma posición que
yo lo había colocado. Me encantó oír sus lamentos y comprobar que seguía
sintiendo sufrimiento. Creo que ya sabéis que no siento ni la más mínima
lástima por semejante maricón de clítoris reblandecido.
A la mañana siguiente y después de
descansar plácidamente, me desperté muy relajada pero todavía caliente.
Inconscientemente los dedos de mi mano derecha volaron hacia el interior de mi
conejito acariciándolo suavemente. Mientras me estiraba desperezándome,
continuaba sobándome toda la zona pélvica, dedeando mi excitado clítoris y
abriendo mis labios sexuales e introduciendo de nuevo en el coño, el gran
consolador negro, follándome con él la húmeda rajita una y otra vez, resultará
obvio que como no podía ser de otra manera, terminé experimentando otro fuerte
orgasmo que volvió a dejar pringadas las ya arrugadas sábanas.
Al concluir aquella caliente paja, incluso
yo podía percibir el olor a hembra en celo que desprendía mi cuerpo y estaba
claro que necesitaba recomponerme, así que me bañé tranquilamente y a
continuación tomé el desayuno, (en esa ocasión algo más copioso de lo
habitual), era consciente de que debía reponer tanta energía gastada.
Al sentirme mejor y bien limpita, decidí
pasar a comprobar el estado del tocino, me encaminé al cuarto del castigo y me
lo encontré dormido y medio colgando de las cadenas, la contemplación de su
patética estampa me repele, es superior a mí, lo considero un ser tan
despreciable y grotesco que solamente me inspira deseos de hacerle las peores y
más dolorosas putadas, tanto físicas como psicológicas. Me acerqué
sigilosamente y le propiné un fuerte puntapié que le hizo reaccionar
sobresaltadamente, entonces me fijé que el muy asqueroso llevaba la capucha
llena de babas y mocos, resultaba repugnante. Me puse unos guantes de goma para
no ensuciarme y le quité la mordaza, comprobé entonces que llevaba las
comisuras del hocico abiertas y con un poco de herida. Seguidamente le solté
las sujeciones de la capucha y se la quité, me le quedé mirando
inquisitivamente a los hinchados ojos, seguramente fruto de los lloros
derramados durante las largas horas de cautiverio y el poco hombre desgraciado
bajo la mirada al suelo de forma temerosa.
En cuanto se vio liberado para hablar, con
la vista baja y gimiendo me suplicó agua para beber, las grietas del morro
denotaban el estado sediento del animal. Me incomodó que se tomara la libertad
de dirigirse a mí, sin haberle dado mi permiso antes, así que le solté un
fuerte bofetón que le cruzó la cara y le dejé marcada la mejilla -Nadie le
había dado permiso para hablar-. De todas formas y viendo su lamentable estado,
le puse un cuenco en el suelo y le consentí amorrarse para calmar la sed.
Cuando lo hubo hecho, le saqué unas fotos de recuerdo y le permití tumbarse en
la cama que yo había abandonado un poco antes y en la que se podía apreciar el
olor a hembra caliente. Me quedé bastante satisfecha del correctivo aplicado al
hijo de la gran puta y creo que fue una buena lección para que en lo sucesivo sepa
apreciar y desear lo que tiene en casa.
En las imágenes que os regalo, podéis
contemplar el resultado de mi obra, me encantaría saber que vosotros difrutais
conmigo del placer que siento haciendo sufrir a mi esclavizado marido, quizás
me consideréis sádica, yo creo que no lo soy, solamente es que cuando consigo
hacerle suplicar y llorar de dolor o humillación, siento un placer interno
difícil de explicar. En el instante en que consigo alcanzar ese estado tan
cargado de adrenalina no siento la más mínima pena por el sufrimiento o dolor
que ese inmundo ser pueda sentir, se me olvidan totalmente sus posibles
sentimientos y considero que solamente me estoy cobrando alguno de los muchos
desaires que en otros tiempos tuve que soportar.
Algunas de las fotos que ilustran este
reportaje están sacadas durante la sesión, tal y como habéis visto en el vídeo.
Otras instantáneas, en las que el manso está de pie, se las hice por la mañana,
en el momento en el que lo solté, obligándole a incorporarse para poder
tomarlas mejor y las últimas, las que está en la cama y en el exterior, fueron
disparadas unas 38 horas después de la paliza, como podéis apreciar la dureza
del castigo quedó bien patente en su seboso cuerpo durante un buen periodo.
Cuanto más tiempo duran las marcas sobre
su repelente piel, más patente le queda en su corto cerebro la prueba de su
poca hombría y en su lánguida y triste cara se puede adivinar la inmensa
vergüenza de saber que su amariconada actitud será expuesta ante todos vosotros
y ante algunos de mis amantes que habitualmente visitan el blog.