Continúo con mi historia de aquella noche por la zona roja. Después de exhibirme por la calle y poner en patética evidencia a mi esperpéntico maridín, me dirigí a la puerta del club, seguida por el perro sumiso un par de metros por detrás de mí. Antes de pasar al interior, me giré hacia él y le ordené que esperara 15 minutos a entrar después del instante en que yo lo hiciera, le dije también, que cuando estuviera dentro se pusiera lejos de donde yo me encontrase y que no me dijera absolutamente nada, estuviera sola o acompañada, pero eso sí, que estuviera muy atento a una señal mía, para que cuando yo sé la hiciese, subiera inmediatamente al rincón oscuro donde me gusta jugar y que una vez allí, preparara la cámara para grabar todo lo que pudiera suceder.
Sin más instrucciones que dar al mongolo impotente, penetré al interior del club y me situé en una parte de la barra desde donde podía controlar bastante bien quien estaba ya en el interior y también quien entraba. Como era un día de entre semana, no había demasiados clientes, en concreto, tres parejas y solamente dos hombres. Uno de ellos no me quitaba el ojo de encima desde el momento en que traspasé la puerta, no pude ver bien su cara por la poca luz y porque además llevaba la mascarilla puesta, pero parecía alto y guapo. La insistencia de su penetrante y al mismo tiempo morbosa mirada, me hizo pensar que posiblemente me había visto golfear por la calle y eso le había hecho creer que yo podría ser una presa facilona, con la que poder alegrarse la noche y descargar la crema de sus testículos.
Al principio de aquel tonteo visual preferí ignorar su libidinosa mirada, que por otra parte os confieso que me producía un ligero cosquilleo. Pasados unos pocos minutos, me decidí a mirarlo fijamente a los ojos con gesto sonriente. Aquel cambio de actitud mía lo desconcertó ya que rápidamente apartó la mirada durante unos breves minutos. Le costó algo de tiempo asimilar mi forma de proceder, pero en cuanto se recompuso, volvió a mirarme y de manera incluso más insistente, recorriendo mi cuerpo desde los pies a la cabeza, aunque deteniéndose en mi escote descaradamente. En uno de aquellos cruces de miradas, tomó decisión y pícaramente me guiñó un ojo al mismo tiempo que levantaba la mano a manera de saludo, le respondí con una ligera sonrisa y un leve gesto aprobatorio, inmediatamente cogió su bebida y se acercó a donde yo me encontraba sentada. Lo primero que me dijo al llegar a mi lado y estrecharme la mano, fue que le había sorprendido mucho el ver entrar sola a una mujer tan sexy como yo y que eso no era muy habitual en esos sitios, le respondí burlonamente diciéndole que a mí me daba muy poco miedo meterme en sitios oscuros y que no necesitaba de ningún matón que me protegiera. Se echó a reír y me dijo que mi trasero era para llevar un guardaespaldas que lo cuidara y que él se ofrecía gratis a vigilarlo durante toda la noche. Me hizo mucha gracia ese comentario y le dije que era un cachondo mental. A partir de ahí y una vez roto el hielo, entablamos un diálogo que en principio fue chistoso, aunque con toques picantes y que paulatinamente iba subiendo de tono. Con las consabidas bromitas del cortejo, sus manos no se quedaban quietas ni un instante y ya acariciaban mis brazos y cintura o se posaban sobre mis piernas subiendo poco a poco de manera más atrevida, alentadas seguramente por mi pasividad o aceptación, tratando con estudiado disimulo de entrar en contacto con la suave y caliente parte alta de mis muslos.
Embebida en aquel caliente tonteo la temperatura de mi cuerpo o más bien de mi coñito iba ascendiendo de forma inexorable. Lógicamente me había olvidado totalmente del ciervo mini pilila, hasta que en un movimiento de cabeza alcancé a verlo, me di cuenta entonces de que el cornudo ya había entrado al pub hacía un tiempo que no supe definir y tal y como le había ordenado se mantenía al otro extremo de la barra, mirándome inquisitivamente con sus ojos de carnero degollado, la verdad es que no sé el tiempo que llevaría allí y desde luego que tampoco me importó, seguí ignorándolo prestándole nula atención y seguí centrándome en lo que mi descarado amigo me estaba contando y haciendo.
Las manos de aquel chico cada vez se mostraban más inquisitivas, pasando de mi cintura hacia arriba hasta llegar a rozar la parte baja de mis tetas, mientras su entrepierna se pegaba a mi muslo dejándome apreciar una dureza y un tamaño bastante considerable. Todo aquel sobeteo estaba desembocando en que inexorablemente mi cabeza terminara por desear algo mucho más directo y morboso.
Por la forma tan directa en cómo se comportaba aquel hombre, cada vez estaba más convencida de que me había tomado por una puta madurita y ninfómana, deseosa de polla. No me importaba que tuviera esa opinión de mí, es más, si me veía de esa forma todavía me ponía más cachonda, ya os he contado otras veces lo que me pasa cuando mi chocho se humedece. Las manos de él ya se habían apoderado del interior de mis muslos y cada vez faltaba menos para que alcanzaran la mini tanga y me la arrancara, así que antes de que eso pudiera suceder tomé la decisión de que si todo aquello tal y como parecía pudiera terminar en una buena follada, por mi parte necesitaba más intimidad y sobre todo poder tener una buena grabación de lo que sucediera, así que en ese instante y disimuladamente le hice el gesto convenido al cabestro, que con su estúpida cara no dejaba de mirarme. A mi señal observé como el cabrón se levantaba obedientemente y se dirigía al sitio convenido, mientras que yo continuaba calentándome con aquel muy posible amante.
Dejé como pasar unos diez minutos, tiempo que consideré más que suficiente para que el perro hubiera podido preparar el improvisado plató de rodaje, ja,ja,ja. Pasado ese tiempo, le comenté a mi sobón amigo que no me encontraba demasiado inspirada allí en la barra y que prefería subir al cuartito de los agujeros en la pared, pero que no obstante, si le apetecía seguirme no tendría problema en continuar nuestra "conversación" mucho más cómodamente, aunque no sin antes advertirle de que lo que en ese habitáculo íntimo sucediera sería grabado para mi morbo personal y también asegurándole que tanto su identidad como la mía nunca se verían comprometidas, además le advertí de que si subía algún otro tío con ganas de participar a través de los agujeros o de forma más directa, sería yo quien decidiera si aceptaba o no, una vez dicho todo esto, le insté a que se lo pensara y si se decidía y estaba de acuerdo ya sabía dónde encontrarme.
Como podéis ver en el vídeo, cuando yo llegué al reducido habitáculo, el ciervo ya tenía la cámara apostada en la esquina más lejana, buscando mi beneplácito por intentar sacar el mejor plano posible de lo que allí pudiera ocurrir esa noche. No tengo que deciros que el macho sobón se lo pensó muy poquito, de hecho, casi llegó al cuartito antes que yo. Cuando vio a Porky allí arriba, puso cara de extrañeza, pero con la decisión y calentura que traía no se lo pensó demasiado para empezar a tocarme la pierna suavemente y al comprobar que todo continuaba igual y que no existía ningún tipo de oposición por mi parte, ni reacción alguna por parte de lo que él debió pensar que era otro tío mirón, continuó con el magreo.
De principio todo marchaba maravillosamente bien y por los mismos derroteros morbosos que habíamos tenido en el pub, pero si os dais cuenta, en la grabación se puede apreciar que al contrario de otras veces, mi manera de comportarme cambió bruscamente y dejé de mostrarme receptiva con el macho. Aquel cambio o frialdad por mi parte, vino motivado por lo siguiente: cuando había estado hablando y jugueteando en la barra con aquel hombre, al no encontrarme demasiado cerca y además llevar la mascarilla puesta, no aprecié en él nada molesto, pero desde el momento en que se la quitó y se colocó pegado a mi cuerpo, el hecho de sentir su aliento tan cercano a mi olfato, apestando a una mezcla entre tabaco y alcohol barato, me produjo tal rechazo o desagrado que me resultó imposible seguir adelante. Ese desagradable olor bucal, unido a que no controlaba sus impulsos y en un par de ocasiones me hiciera daño al pellizcar mis delicados pezones, causaron de forma inmediata el que mi excitación y ganas de estar íntimamente con él, se esfumaran como la espuma. Me sentí bastante defraudada, porque mi intención esa noche era llegar a lo máximo y además estaba convencida de que así iba a ser, ya que os confieso que al principio los lametones y caricias que me prodigó por la espalda, me daban pie a pensar que aquel encuentro podría terminar con unos buenos y hermosos cuernos, para seguir adornando la testuz del inútil y desgraciado manso.
Los que me seguís habitualmente, ya sabéis, porque en alguno de mis reportajes lo he contado, que tanto mi espalda como nuca son zonas altamente erógenas, ya que, si un macho me sabe tocar, besar, lamer o sobre todo arañar en cualquiera de ellas, me hace flaquear y abandonarme por todo el gusto que ello me provoca. Sí observáis el vídeo, os daréis cuenta de que hasta el primer momento en que me apretó el pezoncito, la cosa iba aceptablemente bien, pero a partir de ese inesperado pellizco fue cuando comencé a percibir más fuertemente todas las sensaciones negativas y desagradables que ya he narrado.
La segunda parte del vídeo, fue grabada por el borrego afeminado en un cuarto oscuro situado al fondo del club, justamente en el lado opuesto a la barra. Esa habitación también figura entre los espacios a los que los chicos pueden acceder solos, aunque eso sí, inicialmente han de hacerlo a través de una reja con barrotes amplios y desde la que ellos pueden meter la mano, la polla, la lengua o cualquier otra parte de su cuerpo, según sea de zorra y permisiva la hembra que esté al otro lado, obvio decir que yo pertenezco a ese tipo de milf cachonda que está abierta y muy predispuesta a todo tipo de juegos "carcelarios".
Como la noche aún era joven y mi cuerpo todavía pedía guerra, decidí olvidarme de la primera experiencia negativa y quise retomar el juego morboso con el fin de recuperar el estado de alta calentura que tenía antes de mi inesperado bajón, para conseguirlo me di una vuelta por la barra, ignorando al chico con el que no había encontrado feeling y que me había desagradado notablemente, mi intención al pasar muy cerca de él y no mirarle, no era otra que dejarle claro el que no quería nada con él y por consiguiente esperaba que no se me acercara de nuevo a tocarme, ya que no me resulta nada grato el rechazo continuado y si eso sucede y no se dan por enterados puedo ser bastante borde.
En mi recorrido cinegético por el pub, me paseé contoneándome provocadoramente muy cerca del otro cliente que estaba sin pareja, trataba de atraer su atención, cosa que no me resultó difícil conseguir, se me quedó mirando unos instantes, pero cuando lo hizo denoté que fue de una forma nerviosa y yo diría que bastante insegura. Una vez tirado el anzuelo, me metí en aquel otro habitáculo con rejas y rápidamente me puse a zorrear exhibiéndome, para que el puerco impotente me grabara para vosotros y también para ver si aquel otro chico "tímido" se decidía a entrar y sobar a la golfa exhibicionista (ósea a mí), pero estaba claro que aquel no era mi día, porque el resultado ya podéis apreciar que no fue el que yo deseaba y lamentablemente me tuve que volver a casa, medio cachonda y con la tanguita húmeda, así que inevitablemente y como último recurso para esa noche, al cerdo baboso le tocó trabajar con su asquerosa lengua, hasta que a base de lametones y con las pezuñas esposadas a la espalda consiguió arrancarme el deseado orgasmo, mientras que su porcino hocico recibía el regalo de una buena cantidad de mis jugos lúbricos que como buen puerco tuvo que tragar, mientras que yo por fin, conseguía quedarme relajada y plácidamente dormida. Al correrme tan bestialmente me entró un fuerte sopor que ocasionó el que me olvidara totalmente de desesposar al tocino sudoroso, que con las zarpas amarradas a la espalda se tuvo que tumbar como mejor pudo en su colchoneta intentando descansar de su trabajo mamador, mientras esperaba que la noche pasase pronto, para ver si sería liberado a la mañana siguiente. ¡Pobrecito! el engendro porcino ya sabe por alguna ocasión anterior, que si se le ocurre despertarme sin un motivo grave o muy justificado, las consecuencias para él pueden ser extremadamente duras.
Como comentario adicional y aunque siento algo de vergüenza de la poca que tengo, os debo confesar que me siento todo un putón caliente cuando mi rajita es escasamente tapada por una prenda tan diminuta como la que llevé esa noche para acudir a la zona roja. Por ese motivo y para que podáis ver en detalle la mini tanguita que tanto me predispone para el vicio, os pongo algunas de las fotos que me sacó el cabestro mini pilila en la escalera del apartamento unos minutos antes de ponerme el vestido rojo para salir a zorrear. Algunos os preguntaréis como se sujeta una cosita tan minúscula, para que no se caiga al caminar, pues bien, os lo voy a explicar: la pequeñísima prenda va bordeada por una especie de lámina flexible pero con cierta rigidez que está totalmente forrada por el suave y semi transparente tejido, por detrás termina en una única varilla que se incrusta entre mis nalgas, sin más sujeción que la de mis dos carnosos glúteos, quedando de esa forma bien sujeta y totalmente invisible a las miradas de cualquier posible mirón, dando la impresión de que no llevo absolutamente nada debajo de mi vestido. Por descontado yo sí que la noto al caminar y de que manera, apretándose contra mi hoyito trasero y transmitiéndome toda una serie de excitantes y calientes sensaciones, producidas por los roces en mi escondido agujerito a cada paso que doy.
Y hasta aquí he llegado, porque como esa noche ya no hubo nada más reseñable, doy por terminado este reportaje, en el que el puto caracol tuvo la suerte de volver al apartamento feliz y contento al no haber obtenido ningún aporte de calcio extra a las enormes astas que no paran de crecerle, tal y como debe ser preceptivo para una maricona afeminada e impotente como es él o ella (a esa cosa con patas, a veces no sé ni como nombrarla).